Usos y abusos del “neoliberalismo” en los debates políticos actuales

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En los debates públicos, en los medios de comunicación, en las redes sociales, en los ensayos académicos se habla con frecuencia de gobiernos neoliberales, políticas neoliberales, instituciones neoliberales, individuos neoliberales, incluso de un neoliberalismo desde abajo… opuesto, hemos de suponer, a otro generado desde arriba. ¿De qué hablamos cuando hablamos de neoliberalismo?

 

TATIANA ANDIA, JUAN RICARDO APARICIO, JUAN CAMILO CÁRDENAS, JIMENA HURTADO Y CARLOS MANRIQUE*

 


 

Reimaginar el capitalismo requiere que consideremos el lenguaje para repensar, diagnosticar y entender un fenómeno económico, político, social y cultural que resulta difícil de definir porque lo nombramos de muchas maneras y lo asociamos con expresiones diversas. Desde su asociación con políticas de distribución y protección social vinculadas al auge de los Estados de bienestar tanto en Estados Unidos como en Europa hasta las vertientes que lo identifican como un régimen brutal de acumulación por desposesión presente en los viejos y nuevos extractivismos, es evidente que para este ejercicio resulta imprescindible mapear los múltiples capitalismos existentes hasta el momento. Reimaginar el capitalismo como forma de organización social, cultural, política y económica requiere que pensemos en alternativas con base en lo que se conoce sin olvidar el camino recorrido. Por eso queremos dar un paso atrás. Esto nos invita a indagar una forma alternativa, diferente o renovada de aquello que estamos reimaginando. Desde los llamados a ponerle fin a una conceptualización del Capitalismo, con “C” mayúscula y en singular, hasta la propuesta de reincrustar estos análisis para entenderlo desde sus múltiples dimensiones, para este ejercicio de imaginación, precisamos urgentemente de una caja de herramientas teórica y metodológica.

Debemos entender, entonces, aunque sea de manera parcial y coyuntural, los elementos de encuentro y desencuentro en el significado de los términos que usamos. En las movilizaciones y protestas en América Latina, especialmente entre 2019 y 2021, vimos, en pancartas en las calles, en mensajes y videos en redes sociales y en medios de comunicación, el término neoliberalismo para identificar una de las fuentes del malestar social. El neoliberalismo, “la dictadura del mercado”, se oponía, en la expresión popular, en los reportajes y debates en medios de comunicación, en las discusiones públicas, a la justicia, las oportunidades, la democracia, la dignidad. El término se usó de manera intercambiable con capitalismo: ambos en sentido negativo y entendidos como un sistema opresor, responsable de la agudización de la desigualdad en las últimas décadas e incapaz de responder a las expectativas populares. “El Neoliberalismo mata” fue una de las frases en las pancartas de protesta con amplia circulación en redes y medios. Con frecuencia, también se le agregaba el adjetivo “salvaje” a capitalismo. Se culpó al neoliberalismo, al modelo o al paradigma neoliberal, del proceso de mercantilización y, casi de forma análoga, de precarización de la vida. Con él, la gente en la calle y quienes se abrogaban sus voces denunciaban la exclusión y la falta de representatividad de las instituciones corroídas por la corrupción y la búsqueda de rentas privadas.

El término neoliberalismo tiene una larga historia en los siglos xx y xxi: una que da cuenta de múltiples acepciones y que puede facilitar o no el debate público. Al discutir sobre qué implica protestar en contra del neoliberalismo, podemos estar apuntando a dinámicas sociales, culturales, políticas y económicas diferentes que, por consiguiente, llevan a proyecciones y expectativas diversas y más o menos compatibles o contradictorias en este proceso de reimaginar el capitalismo. Imaginar un proyecto social nuevo, o diferente a una versión del capitalismo hasta ahora dominante, que presente una alternativa al llamado modelo o paradigma neoliberal, recoge una multitud de expectativas que se construyen con base en y en oposición a aquello que entendemos como neoliberalismo.

Es por esto, y con el objetivo de procurar entender de qué estamos hablando cuando hablamos de neoliberalismo, que cinco docentes de la Universidad de los Andes nos reunimos en un panel a conversar sobre la base de nuestras investigaciones y comprensiones del término. El reciente libro Neoliberalismo en Colombia: contextos, complejidad y política pública, editado por Juan Ricardo Aparicio y Manuela Fernández (2022), resultado de un largo proceso de investigación en el cual participaron algunos de los autores del presente, nos convocó a continuar con esta reflexión. Este breve texto busca dar cuenta de aquella conversación, en la cual resaltamos la versatilidad y flexibilidad de este concepto caracterizado por su multivocidad. “Neoliberal” se dice de gobiernos y políticas públicas, así como de instituciones de la sociedad civil y, en algunos casos, incluso de comportamientos individuales o perfiles de personalidad, además de que con frecuencia se emplea para descalificar a quien recibe el epíteto.

En una primera acepción, tanto la libertad individual y la responsabilidad personal como el manejo técnico de los asuntos públicos en nombre de la eficiencia emergen como elementos centrales del neoliberalismo. La tecnocracia —compuesta, en su mayoría, por economistas orientados por ciertas escuelas de pensamiento económico y con trayectorias como estudiantes y profesores de ciertos departamentos y facultades de Economía— corresponde a la materialización del conocimiento experto para manejar una sociedad compuesta por individuos concebidos como empresarios de sí mismos. El ideal meritocrático de ese proyecto de individuo, donde cada quien puede llegar tan lejos como quiera gracias a su esfuerzo, sienta las bases de un proyecto de sociedad en el que la distribución de los resultados es un espejo justo de la distribución de las habilidades y de los esfuerzos. Por supuesto, este “efecto espejo” no interroga acerca de la producción histórica de esta distribución de habilidades y esfuerzos. Como lo plantea el adagio popular, da la impresión de que todos empezamos la carrera de la meritocracia desde el mismo lugar, pero, como argumenta La quinta puerta, el reciente libro sobre movilidad social y educación escrito por Juan Camilo Cárdenas, Leopoldo Fergusson y Mauricio Villegas, no hay mayor determinante social, económico y político que la procedencia del colegio para colocarnos de manera desigual en el punto de partida de la carrera.

Este marco conceptual detrás del “efecto espejo” explica los procesos de privatización o de transferencia de la gestión pública al sector privado, en consonancia con la idea de que los individuos son los principales responsables de su propio bienestar y éxito. Estos individuos, inmersos cada uno en su realidad, anónimos y disociados, se encuentran en el mercado y compiten por recursos y oportunidades. Se disuelve la comunidad y surgen procesos de mercantilización o comodificación que transforman la vida cotidiana en productos comercializables, incluso en servicios públicos esenciales. Sobra mencionar el altísimo componente de abstracción que conllevan estos modelos para simplificar una realidad social compleja, cambiante y con profundas sedimentaciones históricas.

Estos mismos procesos de individualización y de privatización parecen haber generado otros de resistencia, que, es posible afirmar, no distan tanto de esta matriz conceptual. Y acá debemos hilar con precisión para entender, por ejemplo, las divergencias y convergencias de los discursos y prácticas de un anarcocapitalismo exacerbado que rechaza cualquier intervención del Estado como una afrenta a la libertad del individuo mientras moviliza formas de un nacionalismo discriminatorio y racista que apela a la defensa de un “nosotros” amenazado, con otras asociadas al emprendimiento barrial, cooperativo y popular que emerge justo por la desconfianza en las instituciones del Estado. Si bien los procesos de autogestión y autogobierno de algunas comunidades van en la dirección de la reivindicación y revalorización de la acción comunitaria y colectiva, fenómenos como la uberización de la economía, el surgimiento de la gig economy o, incluso, el auge del emprendimiento, construyen en América Latina sobre estructuras económicas específicas, como la informalidad laboral, e incluso llevan a su reivindicación a través de movimientos como la economía popular, por ejemplo. De por medio está el debate acerca de cómo pensar la libertad y la autonomía fuera de sus usos asociados explícitamente a las tecnologías de gobierno neoliberal.

A la vez, la solidaridad, la reciprocidad, la crítica a la desigualdad y la capacidad de acción colectiva, presentes en los distintos patrones de movilización, se contraponen y se traslapan con estas lógicas individualistas, subrayando el papel de lo común, las normas sociales y la integración en redes de colaboración. Por ejemplo, Verónica Gago diferencia el “neoliberalismo desde arriba” con el sector financiero de un “neoliberalismo desde abajo” asociado a las economías populares, dinámicas sociales que muchas veces son invisibles cuando se analizan a través de los lentes de la categoría analítica y reducida del neoliberalismo. Creemos que el diálogo tanto entre disciplinas y saberes como entre escalas de análisis enriquece los modelos abstractos y simplistas, incluido el del neoliberalismo.

En este sentido, cabe la pregunta sobre la relevancia de la categoría analítica misma para comprender la realidad política y social actual. El neoliberalismo nos impone de alguna manera la dicotomía entre Estado y mercado, cuando lo que estamos viendo excede de lejos este análisis binario. La complejidad de los efectos prácticos del neoliberalismo se ve pobremente reflejada en el espejo teórico que nos ofrece ese mismo sistema. Cuando grandes regiones del mundo, especialmente en el sur global, ven un Estado con recursos muy escasos y sistemas tributarios de muy poco alcance para la redistribución o recaudos pobres para proveer bienes públicos, así como a un mercado que opera apenas parcialmente y, en muchas ocasiones, lejos del supuesto de la libre competencia, se alimenta un sentimiento de frustración debido a que una vasta mayoría no recibe ni las virtudes del mercado ni la protección social estatal. Nos quedamos sin el pan y sin el queso.

La desconfianza en el Estado, en las instituciones públicas y en las entidades asociadas con los grandes capitales o con las corporaciones ha llevado tanto a movimientos colectivos de autogestión y autogobierno como a comprensiones exacerbadas del individualismo que atraviesan dinámicas políticas, sociales, culturales y económicas alternativas. En este sentido, resulta difícil y poco esclarecedor asociar el neoliberalismo con la idea de la “falsa conciencia”, cuando lo interesante está en escudriñar cómo ha permeado dinámicas sociales que se presentan, incluso, como opositoras o contradictoras de la lógica o de las premisas neoliberales. Uno de los obstáculos con los cuales queremos luchar es justamente el de utilizar este término, “falsa conciencia”, como un atajo conceptual y metodológico para evitar hacernos las preguntas clave, como son, por ejemplo, indagar en la misma cotidianidad por los motivos que llevan a las personas a tomar una decisión u otra para llevar comida a su casa, para educar a sus hijos e hijas o, simplemente, para hacerse una vida en un mundo difícil y hostil. Nos oponemos a la noción del “engaño” y de la “falsa conciencia”. Le hace la vida muy fácil a quien investiga.

Sin embargo, queremos y debemos rescatar una dimensión del argumento de la “falsa conciencia”: su relación con el poder y con la dominación, que nos lleva necesariamente a entender la política, siguiendo a Weber, como la capacidad que tienen individuos y partidos políticos de influir o dominar esa particular asociación que resulta ser el Estado moderno (capitalista). Efectivamente, estos procesos asociados con el neoliberalismo implican el cuestionamiento de la democracia misma. Por ejemplo, identificar el neoliberalismo con la tecnocracia y con el gobierno del conocimiento experto significa reconocer la exclusión de la ciudadanía del debate público para así socavar su influencia en las decisiones que le conciernen. La relación entre el saber y el poder se convierte en un elemento central para definir quién entra y quién no en esta conversación, qué tradiciones teóricas o prácticas tienen la capacidad de afectar la política pública, qué pragmatismos son los definitivos para inclinar la balanza hacia una u otra atribución de valor, priorización de importancia, etc. Se disputa la legitimidad de las instituciones y de la democracia misma.

Sin embargo, plantear el neoliberalismo de esta manera sólo recoge el momento presente, mientras que su comprensión requiere historizar el concepto. Corremos el riesgo de perder su complejidad al ignorar la historia y el lugar desde el que se enuncia. Y es así como esta primera historia del neoliberalismo empieza a complejizarse. Desde el momento en el que se acuñó el término, en París, en 1938, pasando por los gobiernos de Thatcher en el Reino Unido y Reagan en Estados Unidos hasta los Chicago Boys durante la dictadura de Pinochet en Chile, son muchos y distintos los significados y las políticas implementadas que siguen el neoliberalismo. Empezó por rescatar al liberalismo del capitalismo salvaje con la reivindicación del imperio de la ley y los derechos individuales hasta llegar a recetas económicas compuestas por la apertura de la economía, la venta de las empresas estatales a inversionistas privados, la privatización de la salud y las pensiones, la defensa de la regulación mínima de los mercados y la inserción en las cadenas de valor del mercado mundial.

Sin embargo, también se ha asociado con el manejo técnico de la economía, cuyos inicios en Colombia en los años sesenta, paradójicamente, se encuentran en el gobierno de Carlos Lleras Restrepo, cercano al cepalinismo, que promovió planes de reforma agraria y apoyó el movimiento campesino. Se evidencian así los matices y las ambivalencias de una tecnocracia que nunca puede pensarse como homogénea. El manejo técnico de la economía y la historia de la tecnocracia en Colombia no comenzaron con la adaptación y la aplicación de recomendaciones de política tomadas de la Escuela de Chicago ni del neoliberalismo.

Este manejo técnico implicó la separación entre política y economía en el país hasta hace relativamente poco tiempo. Somos conscientes de la artificialidad de estas fronteras que, a su vez, son fuente de disputas y de distribución de plusvalía simbólica sobre quién aparece más independiente o neutral, además de que permitió a los técnicos encargarse de la estabilidad macroeconómica mientras los políticos se ocupaban de la negociación con los gremios y las regiones. La responsabilidad política de la tecnocracia en Colombia se vio diluida por esta separación a tal punto que se plasmó en un refrán popular: “La economía va bien, pero el país va mal”. Hasta el pasado reciente, los tecnócratas se mantuvieron alejados del escenario político y electoral y ahora, después de haber permanecido en la sombra del poder político durante años, se enfrentan a la rendición de cuentas y al desafío de su participación abierta en los procesos políticos.

Parece claro, entonces, que no hay un único neoliberalismo ni una única receta económica asociada con el neoliberalismo, incluso si encontramos políticas económicas y sociales que han atravesado la región. Es el caso de los programas de transferencias condicionadas, desde Progresa en México hasta Bolsa Familia en Brasil, pasando por Familias en Acción en Colombia, los cuales reflejan la intención del manejo técnico combinado con la responsabilización e incluso privatización de esfuerzos y oportunidades. Paradójicamente, este tipo de programas de transferencias de dinero a los hogares más pobres, donde se sedimenta el llamado a la responsabilidad y al propio manejo del riesgo —dos casi sinónimos de la libertad neoliberal—, han sido continuados tanto por gobiernos más afines como alejados del proyecto neoliberal de política económica, a sabiendas de su alto costo fiscal. El pragmatismo de una política social, que en algunos análisis continúa mostrando efectos positivos al proteger a los más pobres, superó la necesidad de coherencia de políticas sociales, al menos para aquellos así denominados neoliberales.

Reimaginar el capitalismo pasa por entender la complejidad del neoliberalismo para identificar sus alcances y límites como categoría analítica, e implica estar atentos a su multivocidad, pero, sobre todo, precisar sus distintas trayectorias históricas no sólo en términos de su incidencia heterogénea en la historia de la tecnocracia en distintos países latinoamericanos, sino también en las respuestas y apropiaciones de sus efectos por distintos grupos y sectores sociales. En este ejercicio, no nos hemos preguntado “qué es el neoliberalismo”, sino, más bien, qué se hace o ha hecho con ese término en diferentes contextos. Como lo indican sus usos en los recientes estallidos sociales en América Latina, el término se declina hoy en un escenario de conflictos sociales y políticos profundos. Para apreciar y comprender esos conflictos en nuestra región, sin embargo, hay que dejar de pensar el “neoliberalismo” como un conjunto monolítico y uniforme de ideas y prácticas que se ha propagado del norte al sur global sin fricciones (una comprensión ahistórica y vertical en la que, paradójicamente, en ocasiones coinciden tanto sus detractores como sus defensores). Al hablar del “neoliberalismo desde abajo” en un mercado popular de bienes de contrabando en Buenos Aires, Gago hace uso de la noción del barroco para caracterizar estas formas de economía popular. Con ello, piensa desde las potencias de la transformación en el mestizaje que han sido características de las sociedades latinoamericanas, y nos lleva a preguntarnos cómo es que reimaginar el capitalismo o el neoliberalismo hoy, desde América Latina, requiere atender también esas potencias.◊

 


 

* Los autores de este artículo son profesores e investigadores de la Universidad de Los Andes en Colombia. Tatiana Andia, Juan Ricardo Aparicio y Carlos Manrique trabajan en la Facultad de Ciencias Sociales, mientras que Juan Camilo Cárdenas y Jimena Hurtado, en la Facultad de Economía. Desde la sociología, los estudios culturales, la antropología, la filosofía y la economía, han explorado el desarrollo, su economía política, los movimientos sociales, las normas sociales y el comportamiento individual. El 14 de marzo de este año se reunieron para conversar sobre un tema que es transversal a sus investigaciones: el neoliberalismo. Este texto recoge sus reflexiones. La grabación en video del panel puede consultarse en el siguiente enlace: “Usos y ¿abusos? del “neoliberalismo” en los debates políticos actuales”.