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Un romance fugaz

Si Trump se hubiese dejado guiar menos por su instinto y más por sus servicios de inteligencia…

Es una historia ya por todos conocida y que se repite todos los días. Ella está convencida de que a punta de encanto y persuasión logrará cambiarlo, logrará convertirlo en el hombre con el que ha soñado toda su vida. Es cuestión de limar asperezas aquí y allá, de moldear como quien le da forma a una escultura, con lentitud, con paciencia, con cariño. Finalmente, él terminará convirtiéndose en su obra maestra.
Él, por su parte (y esto ella no lo sabe), hace mucho tiempo es muy feliz con el tipo de persona que es. Está decidido a quedarse así, y piensa que ella lo quiere de esa forma, por eso se deja cortejar, se deja querer. Lejos está de imaginarse que ella le tiene preparado un futuro distinto. Piensa que por fin encontró a la mujer que lo acepta tal y como es.
Así empieza la historia del corto pero intenso romance entre Donald Trump y Kim Jong-un. Trump le anuncia a la opinión pública mundial que él solito tiene el suficiente encanto y destreza negociadora para que Kim cambie de parecer. La primera cita tuvo lugar en Singapur, en junio del año pasado, y no hubo sino sonrisas y el anuncio de un inicio de acuerdos que llevaría a la desnuclearización de Corea del Norte. Estados Unidos se comprometió a cesar ejercicios militares en Corea del Sur, considerados una provocación. Y, como era de esperarse, intercambiaron información de contacto y prometieron volverse a ver. Pagaría por ver el contenido de ese chat.
Más tarde, en septiembre del mismo 2018, Trump le contó a todo el mundo (literalmente) que Kim le escribía “bellas cartas” y que era oficial: estaban “enamorados”, tenían “una excelente química”. Eran el uno para el otro. Mientras tanto, Trump se vanagloriaba con sus amigas: es cuestión de tiempo, se va a convertir en alguien totalmente distinto, no lo van a reconocer cuando lo vean de nuevo. Lejos estaban los tiempos de las amenazas nucleares y la hostilidad, que resultó probablemente de una infancia difícil. Hay que hacer un esfuerzo por entenderlo y recordar que todos podemos cambiar.
Porque muchos (incluido Obama) se lo habían advertido: Kim ha pasado por varias relaciones como esta, y nadie ha logrado cambiarlo. De hecho, ¿qué sería Corea del Norte en el escenario internacional sin sus armas nucleares? Pedirle que renuncie a ellas es como salir con un futbolista y pedirle que nunca más vuelva a jugar, que renuncie a su identidad. Es pedirle que sea otro.
Por eso, la segunda cita (la semana pasada) en Hanói fue un desastre anunciado. Trump se dio por vencido: “Algunas veces tienes que irte, esta es una de esas veces”. El hotel Metropole de Hanói se quedó con el set de la mesa arreglado y las copas servidas. Trump, resignado, reconoció lo estruendoso del fracaso y le dijo a la prensa internacional: “Pero terminamos bien, nos dimos la mano. Es probable que sigamos siendo amigos”.
Kim quería que le levantaran todas las sanciones antes de desnuclearizar su país –sabiendo que ello era muy improbable–, y Trump quería primero desnuclearización y luego, levantamiento de sanciones. Como dijo alguien por ahí: clásico dilema en las relaciones de pareja. Todo quedó reducido a que ninguno de los dos pudo dar el primer paso.
Tal vez si Trump hubiese sido menos ambicioso y hubiese desconfiado un poquito de su talento negociador y su encanto... si no hubiese empezado la conversación pidiéndole a Corea del Norte entregar todo su arsenal nuclear... Tal vez si Trump se hubiese dejado guiar menos por su instinto y más por sus servicios de inteligencia, hubiese sabido que Kim lo engañaba: que no venía cumpliendo con lo que se acordó en Singapur el año pasado y, por tanto, la probabilidad de que dieran ‘el siguiente paso’ era mínima... Tal vez si Trump se hubiese tomado con más cautela tantas señales de cariño...
SANDRA BORDA GUZMÁN
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