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El tiempo está del lado de Maduro

Hay que pensar en un gobierno transitorio que ajuste las instituciones.

La aproximación de buena parte de la comunidad internacional a la crisis venezolana parte de la premisa fundamental de que cuanta mayor presión económica, política y comercial, será más costoso para Maduro aferrarse al poder. El peor enemigo de esta apuesta, sin embargo, es el tiempo.
Mientras más tiempo pase, más obligados se van a ver los actores externos a intensificar la presión. Cuanta mayor presión, será más difícil lograr que los efectos de las sanciones se mantengan concentrados en las figuras que ostentan el poder y que la sociedad civil no se vea afectada. La profundización de la crisis humanitaria puede poner a la sociedad no en contra del régimen, sino de aquellos que imponen las sanciones, y puede entonces permitirle a Maduro emplear el discurso nacionalista y antiimperialista que tanto le gusta para fortalecerse.
El paso del tiempo plantea además una paradoja: cada día que pasa obliga a los Estados que han adoptado una posición firme contra Maduro –y en particular a Estados Unidos– a endurecer la presión y amenazar con castigos adicionales. Incluso, la amenaza del uso de la fuerza se vuelve un recurso.

Hay que pensar en un gobierno transitorio que ajuste las instituciones para llevar a cabo elecciones libres más adelante e
inicie de inmediato un proceso
de recuperación económica.

Si Maduro logra quedarse lo suficiente en el poder para demostrar que Estados Unidos tiene un límite en los recursos que está dispuesto a usar para torcerle el brazo, si apuesta y logra resistir lo suficiente para demostrar que al final, Trump no estaba dispuesto a cruzar la línea e intervenir militarmente en Venezuela, tendríamos Maduro para mucho rato. Pero es una apuesta arriesgada porque Estados Unidos también puede radicalizarse en el camino y estar dispuesto a intervenir más adelante.
Sin embargo, creo que el peor escenario para Estados Unidos es justamente verse obligado a intervenir. No solo tiene un récord muy pobre, y recientemente no ha logrado cambiar exitosamente ningún régimen a punta de intervención militar, sino que además, Trump ha demostrado ser un gran contradictor de los esfuerzos expansionistas militares de su país. Prefirió perder a su secretario de Defensa antes que retroceder en su intención de sacar las tropas de Siria, y está negociando con los talibanes para poder salirse de Afganistán. Así las cosas, dudo mucho de que la potencia esté frotándose las manos y esperando con gran deseo una intervención militar en Venezuela. Pero el paso del tiempo y la eventual ineficacia de la presión actual pueden empujarla peligrosamente y contra su voluntad en esa dirección.
La otra parte de la estrategia que puede empezar a fallar si pasa el tiempo es aquella que busca convencer a los militares de acogerse a la amnistía propuesta por Guaidó. Hasta ahora, solo un general de alto rango ha reconocido a Guaidó como presidente, y si no se desencadena pronto un efecto dominó, el Gobierno tendría la oportunidad de reaccionar, ofrecer incentivos adicionales y mantener a los militares de su lado. Si eso sucede, es probable que la búsqueda de una transición se frustre y Maduro termine quedándose en Miraflores.
Como si todo lo anterior fuera poco, la comunidad internacional ha demostrado un déficit grande de atención frente a las crisis, se fatiga rápido; y si el tiempo pasa, Venezuela, como muchos otros países, podría terminar convertida en paisaje, y eso facilitaría la continuación del régimen actual.
Ahora bien, si la presión tiene efectos visibles en el corto plazo, es posible que funcione y Maduro salga del poder rápido y sin mayores sobresaltos. Pero, para curarse en salud, creo que los Estados con velas en este entierro deberían contemplar un escenario alternativo: uno que no descarte la posibilidad de construir un gobierno transitorio que permita ajustar las instituciones para llevar a cabo elecciones libres más adelante e inicie de inmediato un proceso de recuperación económica.
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