[#if IMAGEN??]
    [#if IMAGEN?is_hash]
        [#if IMAGEN.alt??]
            ${IMAGEN.alt}
        [/#if]
    [/#if]
[/#if]
"...nadie espera llegar a una clase de ballet y ver dos bastones haciendo una segunda posición, es raro, no estamos acostumbrados a ello y no sabemos cómo reaccionar. Y esto, estimado lector, sí que causa problemas."

La violencia física que no abarca el contacto físico

Natalia Carrillo Jaimes – “Carrie”*

Como estudiante de la Javeriana, tengo que admitir que el campus es mi segundo hogar en el sentido más literal de la palabra. Actualmente curso doble programa (artes escénicas y licenciatura en lenguas modernas) lo que implica que hay días en los que empiezo clase a las 7 de la mañana y salgo de la universidad a las 8 de la noche, sin más descanso que el almuerzo y los espacios afuera de clase para hablar con los amigos sobre la lectura que se me olvidó o el quiz que vamos a tener. Adicionalmente, soy una mujer en condición de discapacidad física, lo que para sorpresa de muchos no significa el fin del mundo ni es un obstáculo en mi desarrollo académico, pues al fin y al cabo, llevo 22 años habitando este cuerpo con bastones (o piernas metálicas como me gusta decirles) y estoy acostumbrada a él. No duele, no es grave e incluso me da pases VIP para los conciertos. Sin embargo, tener 4 piernas y caminar medio saltando implica salirme de los estándares “normativos” de la sociedad y por consiguiente del ambiente universitario; nadie espera llegar a una clase de ballet y ver dos bastones haciendo una segunda posición, es raro, no estamos acostumbrados a ello y no sabemos cómo reaccionar. Y esto, estimado lector, sí que causa problemas.

He encontrado en esta experiencia que, después de los 2 segundos iniciales del shock de ver un cuerpo discapacitado, la gente suele olvidar su discapacidad y al olvidarse damos por hecho que todos los cuerpos tienen exactamente las mismas capacidades, cuando no es así. En mi caso, yo no puedo correr ni subir una gran cantidad de escaleras porque mis piernas simplemente no me lo permiten, lo que conlleva a que en las ocasiones en que tengo clases en edificios no tan cercanos deba salirme 10 minutos antes de una clase y entrar 5 minutos tarde a la otra. Ya los profesores y mis compañeros saben de la situación. Sin embargo, hay días en los que me atraso mucho más de lo que debería, no porque me haya quedado parchando o comiendo pescadito sino porque me encuentro con personajes que usan el ascensor (los cuales no son precisamente la definición de velocidad) para subir solamente uno o dos pisos. A nadie se le ocurre que tal vez hay una silla de ruedas, un caminador, unos bastones, etc., que están sobre el tiempo para algún compromiso y su única manera de llegar son los ascensores. Aparte del cansancio que me genera esperar tanto tiempo de pie, esto causa frustración y me hace preguntarme ¿Qué nos ha llevado a los cuerpos discapacitados a este nivel de invisibilización? Y por lo tanto ¿Por qué asumimos que son solo mis necesidades las que importan?

Podría escribir un ensayo sobre estas formas de violencia: los baños o los parqueaderos para personas en condición de discapacidad que son usados por personas que realmente no los necesitan son un buen ejemplo. Sin embargo, mi invitación consiste en ponernos en el cuerpo del otro, que dejemos de mirar raro o de tratar con condescendencia y por una vez salgamos a tomar pola y a entrar en dialogo con esta minoría. Yo, Natalia Carrillo Jaimes, le prometo que no mordemos.